Uno de los grandes retos que afronta en sus inicios un grupo de cualquier estilo musical es el de la elección de su nombre. A veces se trata de una decisión
largamente meditada por uno o varios de los componentes de la banda y en
ocasiones surge por pura casualidad o como fruto de una broma interna. En el caso
que nos ocupa, fue el segundo de los supuestos el que llevó a una de las bandas
de rock más aclamadas de los últimos veinte años a tomar prestado el nombre de un
jugador de baloncesto. Al menos, durante un tiempo.
Daron Orshay Blaylock (Garland, Texas, 1967) fue un base rápido y con
gran capacidad defensiva que construyó una sólida carrera de 13 años en la NBA jugando
en New Jersey Nets, Atlanta Hawks y Golden State Warriors entre 1989 y 2002.
Gran tirador de tres puntos y elegido mejor “ladrón” de la liga en las temporadas 96-97
y 97-98, Blaylock llegó a codearse con los mejores en el All Star (1994) y
vivió sus mejores años como profesional en las filas de los Hawks. Pese a sus grandes
logros en la pista, el jugador gozó siempre del cariño de los aficionados por su simpático
e infantil apodo, que coincidía con el del repartidor de pizzas que Spike Lee interpreta en su película Haz lo que debas. El
sobrenombre de “Mookie” unido al apellido “Blaylock” provocaba que pocos se olvidaran
del base.
Su nombre también hacía gracia a una banda de jóvenes
melenudos que en 1990 estaban comenzando a dar que hablar en el caldeado
ambiente musical de la ciudad de Seattle. Aún sin nombre, el grupo se
encontraba preparando lo que un año después sería su primer disco y, tras una
de las sesiones de grabación, decidieron introducir un cromo del entonces jugador
de los Nets en la caja que contenía la casete con una de las maquetas. Todo
habría quedado en un hecho irrelevante si no fuera porque poco después serían
invitados a participar en un tour de diez conciertos con Alice in Chains, grupo
que ya había empezado a gozar de cierta popularidad.
La improvisada gira provocó las consiguientes prisas por
bautizar al grupo. Alguien se fijó en la casete y dijo “¿por qué no Mookie
Blaylock?”. Como todos eran aficionados al baloncesto y sentían especial
predilección por el base de los Nets, nadie se opuso a la propuesta y el grupo
debutó con ese nombre en el club Off Ramp de Seattle el 22 de octubre de ese
año. La idea era utilizar el nombre únicamente en aquella gira, pero los
compromisos comenzaron a acumularse y la banda siguió tocando como Mookie
Blaylock hasta poco tiempo antes de publicar su disco de debut ya con el nombre
definitivo del grupo, que no era otro que Pearl Jam.
Los Mookie Blaylock, en 1991, durante una actuación en el club Off Ramp de Seattle.
Como todos sabemos, la banda se convirtió en uno de los grupos más influyentes de la década de los 90, encabezando junto a Nirvana esa difusa corriente que vagamente se denominó
grunge. Las malas lenguas decían que a Mookie
Blaylock no le había gustado nada la utilización de su nombre y había amenazado
con interponer una demanda. Nada más lejos de la realidad porque, en realidad, Blaylock se sintió honrado al enterarse del
hecho y no tardó en convertirse en un fiel seguidor del grupo, sin llegar a los extremos de devoción por los de Seattle que demostró Dennis Rodman.
Pero la predilección de la banda por el base no terminó con
el cambio de nombre y buena prueba de ello fue que bautizara su primer disco como “Ten”, en referencia al número que
siempre acompañó a Blaylock. Además, Eddie Vedder lució su camiseta de juego en
varios conciertos y el bajista Jeff Ament, gran aficionado al baloncesto, llegó
a compartir unos tiros a canasta con el jugador años después.
La Historia es caprichosa y no puede reservar el espacio
necesario para todos los jugadores de baloncesto, ni siquiera para los de la
NBA. Tampoco tiene sitio para todas las bandas de rock, aunque Pearl Jam posee allí
una buena parcela desde hace años. No hay duda de que Mookie Blaylock fue un gran jugador, pero es
posible que el paso del tiempo vaya tapando sus estadísticas y en el futuro sea
más recordado por haber dado nombre a un grupo de jóvenes melenudos en bermudas que por
sus triples y sus robos de balón. Y todo por un apodo.
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En Pearl Jam Twenty (2011), documental dirigido por Cameron Crowe como conmemoración de las dos décadas de vida de la banda, queda registrada unas divertidas imágenes en las que el grupo anuncia su inminente cambio de nombre.
En este otro vídeo podemos ver al cantante Eddie Vedder (camiseta
de los Bulls incluida) y al guitarrista Mike McCready durante una entrevista
concedida en 1991 al programa Headbangers Ball de la MTV en la que hablan sobre
su amor por Mookie Blaylock y el cambio de nombre del grupo.
La selección lituana de 1992, en una pausa de su viaje psicodélico, con la equipación de Grateful Dead.
Visionando el estupendo documental The Other DreamTeam (2012) he recordado un póster algo macarra que presidió la puerta de mi
habitación durante gran parte de mi adolescencia y que aún debe permanecer
enrollado en algún lugar indeterminado de mi hogar familiar. En él aparecía una
ilustración extremadamente colorista en la que un esqueleto con el uniforme de la
selección lituana realizaba un contundente mate. Sinceramente, no me parecía
bonito entonces y me parece horrible ahora, pero tenía que haber algo que lo
hacía suficientemente especial para que lo exhibiera en mi cuarto junto a
Claudia Schiffer, Shawn Kemp y Terminator.
Nos situamos en 1992. Lituania vive una larga resaca tras
celebrar su independencia de la ya extinta Unión Soviética y acaba de darse cuenta
de que en el camino hacia la libertad se
ha quedado prácticamente arruinada. Un gran inconveniente a la hora de
financiar a los deportistas que han de competir ese mismo año en los Juegos
Olímpicos de Barcelona y, en especial, a los representantes de su deporte
nacional, el baloncesto. Con los ya consagrados Sabonis, Kurtinaitis, Homicius y
el joven Karnisovas en sus filas, el equipo dirigido por Vladas Garastas tenía
todas las papeletas para luchar por una medalla que no fuera la de oro, ya
adjudicada al equipo estadounidense con su Dream Team original e irrepetible. Pero lo primero era lo primero y antes de
jugar había que conseguir el dinero necesario para cubrir las necesidades
básicas del equipo y poder viajar a Barcelona.
La ilustración de Greg Speirs hecha camiseta.
En esas estaba el escolta Sarunas Marciulonis, que en
aquella época militaba en los Golden State Warriors y ya se había convertido en
uno de los primeros europeos en hacerse un nombre en la NBA. Su búsqueda de un
patrocinador para el combinado nacional encontró un curioso e inesperado apoyo en
los Grateful Dead. Los miembros de la
legendaria banda psicodélica de San Francisco pensaron que unas de sus típicas camisetas
desteñidas diseñadas por Greg Speirs para la ocasión podrían proveer de fondos
a los necesitados lituanos.
La camiseta tuvo un éxito de inmediato en EE.UU. y su
diseño rápidamente fue importado a posters y demás mercadotecnia antes de convertirse
en el uniforme oficial de la selección lituana, que lució orgullosa la
colorista propuesta de su patrocinador. Una ropa que puede producir los efectos
de un viaje de LSD y que el equipo también vistió en el podio del Pabellón
Olímpico de Badalona, cuando recibió una medalla bronce que sabía a oro. No en
vano, los lituanos habían caído en las
semifinales frente al invencible Dream Team y derrotar en la lucha por la
tercera plaza a Rusia (CEI en aquel momento) con todo el significado político que
esa victoria podía tener.
Seguramente Jerry Garcia celebró en San Francisco aquel
triunfo junto a sus compañeros de Grateful Dead pero no por los beneficios
económicos que el diseño cedido por la banda iba a seguir generando durante
gran parte de los 90, sino por pura simpatía hacia Marciulonis y sus
compañeros. De hecho, tras financiar al equipo en Barcelona 92, Greg Speirs
decidió donar todo el dinero obtenido a través de su Slam Dunk Skeleton a los
niños sin recursos del país báltico.
Kobe cree que los malos resultados de los Lakers son cosas de la edad. (Andrew D. Bernstein/NBA/Getty Images)
Los operarios apagaban las luces del Staples Center el
pasado 1 de enero tras una nueva derrota de Los Ángeles Lakers y Kobe Bryant no
parecía estar disfrutando de la habitual presencia de un buen número de
periodistas en el vestuario. Caer en casa frente a los Philadelphia 76ers no
era el inicio de año deseado por el escolta angelino que, pese al desalentador
comienzo de temporada del equipo, espera poder luchar por el que sería su sexto
anillo de campeón de la NBA. Un título con el que igualaría a Michael Jordan,
esa sombra alargada y huidiza que siempre ha marcado su carrera. Sentado en su
taquilla, Bryant era cuestionado por la causa de la falta de energía mostrada
por el equipo en los momentos decisivos del encuentro. El jugador,
exhibiendo una malévola sonrisa y
mirando al infinito, espetó rápidamente un
“cause we're old as
shit” -“porque somos viejos como la
mierda” o, castellanizando más la expresión, “porque somos más viejos que la
mierda”- que provocó las risas contenidas de los presentes. Acto seguido quitó
un poco de hierro al asunto asegurando que no todas las noches las piernas
responden al nivel necesario para defender y atacar con garantías, pero los
plumillas ya tenían su titular.
Es
verdad que los Lakers tienen esta temporada una media de edad elevada (28.9) solo
superada por sus vecinos los Clippers (29.3),
Miami Heat (30.0) y New York Knicks (31.3). Sin embargo, Bryant parece
querer eludir otros debates de más calado sobre la actual situación al
reducirlo todo a una cuestión de edad.
Pero,
¿qué significa ser viejo en la NBA? Hablamos de una liga plagada de jugadores
en mitad de la treintena con roles fundamentales dentro de sus equipos y en la
que el propio Bryant está cuajando una de sus mejores campañas a nivel
individual con 34 años. Tim Duncan, Kevin Garnett, Paul Pierce, Dirk Nowitzki,
Ray Allen o un todavía saltarín Vince Carter son algunos de los “abuelos” más
prestigiosos de la NBA, sin olvidar a los cuarentones Grant Hill y Kurt Thomas.
Es evidente que las piernas de estos jugadores no tienen la frescura de su
cenit de plenitud física, pero su experiencia y conocimiento del juego suplen
con creces esta carencia.
Palop suma y sigue camino de los cuarenta.
La
genética que a cada cual le cae en suerte (o desgracia) influye lo suyo, claro,
pero hay algunos recursos que permiten prolongar la buena condición física en
el tiempo y evitar lesiones que vayan acercando el final. Una dieta equilibrada, una carga de
entrenamientos ajustada, buenos calentamientos y, por encima de todo, los
deseos de jugar pueden alargar bastante los años de actividad de un deportista
profesional. En España tenemos un buen ejemplo en la figura del guardameta del
Sevilla FC Andrés Palop quien a sus 39 años sigue intentando atajar los
disparos de los delanteros de la autodenominada como la mejor liga del mundo.
Su truco: perder un kilo cada año desde que cumplió 33.
Bryant
tiene a su lado como pesos pesados de más edad a Pau Gasol (32 años), Ron
Artest (33 años) y Steve Nash, un tipo que se pasa la vida comiendo nueces para
que nunca le falten proteínas y que en febrero cumplirá 39 castañas. Ninguno de
los tres parece arrastrarse por la cancha de momento y ninguno ha destacado especialmente
por su explosividad física a lo largo de su periplo profesional. Además, el
equipo angelino se reforzó el pasado verano con Dwight Howard quien, a sus 27
años, muestra una de las mayores plenitudes físicas que jamás se hayan visto
sobre una cancha de baloncesto. ¿Dónde está el problema entonces? Se me ocurren
tres o cuatro causas, pero ninguna tiene que ver ni por asomo con la edad de
los jugadores del equipo que entrena Mike D’Antoni.
Ahora vayamos un poco más allá en el análisis: ¿qué
significa ser viejo en general? Mientras en algunos países de África cumplir
los 30 años significa entrar en la vejez, en España los periódicos suelen
referirse a los menores de 35 años como “jóvenes”. El carnet joven tiene validez
hasta los 30 años y los actores y actrices que interpretan a veinteañeros en
las series de televisión patrias están más cerca de los cuarenta que de los
veinte. Aquella sentencia que hace una
década decía que “los treinta son los nuevos veinte” parece haberse quedado
anticuada ante la cifra cada vez mayor de cuarentones solteros y sin hijos que
visten zapatillas deportivas casual .
Sean Connery con 44 años en Zardoz (1974).
Salimos a dar una vuelta por la calle y en una marquesina publicitaria nos
encontramos con un primerísimo primer plano en blanco y negro de Brad Pitt
anunciando un perfume para mujeres. Tiene 48 años, tres menos que su cafetero amigo
y también actor George Clooney. Dos hombres que rondan el medio siglo de edad a
los que nadie diría que ya se les ha pasado el arroz para interpretar una
película de acción o para flirtear con una señorita treinta años menor que
ellos. Cirugía, Photoshop, séquito de maquilladores, preparadores físicos …
Llámenlo como quieran, pero a estos dos señores vamos a tardar en denominarles
“viejos” casi tanto como hemos tardado en hacerlo con Sir Thomas Sean Connery.
Y no será solo por su impecable aspecto, sino también por su
estilo de vida. Cada vez que vemos a Obama echando unas canastas con sus
colaboradores o comiendo en una hamburguesería
con el presidente ruso olvidamos que es un señor de 51 años porque vemos
en él a un hombre físicamente activo y con las mismas aficiones que pueden
tener sus hijas.
En el mundo de la música tenemos los mayores casos de
juventud exprimida al máximo, bien sea por puro interés comercial o por el
deseo de no perder la apariencia ni las formas que un día valieron prestigio y
fama. Cierto es que hay casos que rozan el esperpento, pero también hay
artistas que han sabido cumplir años sin perder la esencia (ni los “hábitos”) de
lo que un día les hizo grandes.
Resumiendo, Kobe Bryant puede culpar de la mala
temporada de los Lakers a los años que no pasan en balde o a la papada de Jack Nicholson, pero disponemos de pruebas suficientes para afirmar que la edad es
más un estado mental que físico y a mí no me va a venir uno de los mejores jugadores de todos los tiempos a activar la crisis de los treinta por muy vieja
que sea la mierda.
P.D.: Escribiendo estas líneas leo que a Wilko Johnson, guitarrista
de Dr. Feelgood y muchas cosas más, le
ha sido diagnosticado un cáncer terminal. Tiene 65 años y va a estar ocupado
los meses que le queden ofreciendo conciertos y grabando un disco. Joven para
siempre.
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