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Carlos Jiménez y la soledad del banquillo. |
Más por casualidad que por deseo, últimamente me siento muy cerca de los banquillos visitantes cuando acudo a presenciar un partido de baloncesto. Estuve muy cerca del banco del Regal FC Barcelona en la última final de la Copa del Rey disputada en el Palacio de los Deportes de la Comunidad de Madrid y este domingo ocupé una posición muy parecida en el Estudiantes - Unicaja jugado en Vistalegre.
Ver e incluso escuchar a los entrenadores, observar las reacciones de los jugadores cuando son sustituidos o apreciar el trabajo de utilleros, fisioterapeutas y delegados no son los objetivos principales de quien paga (o recibe) una entrada para ver un partido, pero reconozco que, en ocasiones, disfruto casi tanto mirando hacia esa fila de sillas como siguiendo cuanto sucede en el parquet.
En la final de la Copa del Rey me sentí un auténtico privilegiado por estar cerca de un banquillo tan cohesionado como el del Barça. La cara de Juan Carlos Navarro, sustituido y agobiado por la defensa asfixiante de Pablo Prigioni, o la serenidad de Xavi Pascual en los momentos de mayor tensión del encuentro son los dos detalles que mejor recuerdo de esa noche. También pude ver como Ricky se torcía el tobillo en el tercer cuarto y rápidamente se iba con el médico y los fisios a una esquina del pabellón para hacer una prueba de urgencia que determinase si podía seguir jugando o no. Pulgares arriba y Ricky volvía de nuevo a la cancha con una visible cojera.
La alegría de un equipo que acaba de ganar un partido o un título también se aprecia de forma diferente al lado del banquillo. Saltos, abrazos, gritos… y también gestos cómplices que recuerdan el esfuerzo y el trabajo necesario para alcanzar el éxito.
Ayer llegué a Vistalegre dispuesto a analizar todo cuanto pasara en el banquillo del Unicaja, pero toda mi atención se la terminó llevando un jugador que no iba a disputar ni un segundo de juego. Ver a Carlos Jiménez sentado al final del banquillo, separado por dos o tres sillas del resto de sus compañeros, me recordó lo ingrato que puede ser en ocasiones este deporte. A nadie le gusta estar mucho tiempo en el banquillo y menos aún cuando sabes que no vas a poder jugar porque estás lesionado. Si encima tu equipo no está teniendo una temporada fácil y se encamina a una nueva derrota, la sensación no puede ser más agria.
No era la primera vez que Carlos Jiménez regresaba a la cancha en la que tanto rindió como jugador del Estudiantes, pero podía imaginarme la ilusión que le habría hecho al que fuera capitán de la Selección Española jugar en su casa y ante la afición a la que tantas alegrías proporcionó. Allí estaba él, en vaqueros y con el anorak del club, viviendo el partido con esa tensión no exteriorizada que siempre le ha caracterizado. Curtido en mil batallas, seguro que volverá a disfrutar de buenos momentos en el conjunto malagueño. Se lo merece.
Hace meses estuve en esa misma posición privilegiada de Vistalegre viendo el último partido de Oscar Quintana al frente del Meridiano Alicante. La sonrisa de resignación del técnico al ver como se escapaba el partido y el silencio del resto de los habitantes del banquillo hacían fácil prever lo que esa misma tarde iba acontecer. Destitución.
Mi objetivo ahora es ver de cerca el banquillo del Real Madrid. Ese que Ettore Messina ha decidido abandonar para “unir al equipo” y en el que siempre se ve a Sergi Vidal animando sin descanso. A ver si Emanuele Molin me hace ficha para lo que queda de temporada, aunque no estoy totalmente seguro de que el tema dependa de él…
Dentro de lo malo, es mejor estar en el banquillo por una lesión que porque no cuenten contigo... Bueno, según como se mire.
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