Cuando alguien sufre una desgracia —véase el fallecimiento
de un ser querido o la pérdida de un puesto de trabajo— allegados y conocidos
suelen mostrar su solidaridad con un sincero “lo siento”. Reconozco que a mí
siempre me ha costado utilizar esa fórmula y la pronuncio con la boca pequeña,
más hacia adentro que hacia fuera, porque siento que miento. Me compadezco del
desgraciado, claro, pero mi dolor, si es que existe, está a años luz del que
puede estar experimentando la persona directamente afectada. En definitiva, pienso
que mi “lo siento” es más falso que un bolso de Louis Vuitton comprado en los
pasillos del metro.
Desde la medianoche del pasado sábado he recibido un buen número
de condolencias de gente que me conoce (e incluso me quiere) diciéndome “lo
siento”. Sienten que mi equipo haya perdido un partido de fútbol o, mejor
dicho, una tanda de penaltis. Ya ves tú, con la cantidad de desgracias que suceden
en el mundo hay gente que se acuerda de uno de los 20.000 pobres diablos rojiblancos que viajaron
hasta Milán para ver a su equipo de fútbol quedarse a las puertas de la gloria.
Muchos de esos “lo siento” proceden de seguidores del rival,
del que no falló ningún penalti el sábado y alzó la copa con todo merecimiento.
De algunos de ellos no dudo; sé que viven las victorias y las derrotas de su
equipo de una manera parecida a la mía —muchos estaban en San Siro, en la grada
de enfrente, la de los asientes verdes— y saben bien cuánto se jugaban unos y
cuánto más los otros. También se acuerdan de este perdedor vencedores que no
estaban allí, pero que seguro se habrían dejado amputar unos cuantos dedos por
haber estado. Para todos ellos ha ido mi enhorabuena, que, aquí confieso, es
más cortés que sincera.
Curiosamente, estos colegas de pasión con diferente camiseta
son bastante parcos en palabras y no acompañan su “lo siento” de frases ajadas como
“el fútbol es así” o “ya os tocará”, ni afirman que, por una vez, no les habría
importado ver arder a su equipo en el infierno para que el Atleti hubiera
ascendido al cielo milanés. A los que me dicen este tipo de cosas no les respondo
nada porque nada se me ocurre. Supongo que a ellos sí les aliviará escuchar ese
tipo de cosas al sufrir una desgracia.
- —Mi casa ha ardido.
—Lo siento, el fuego es así. Ya te darán otra.
En la grada de asientos azules de San Siro, la de los
colchoneros, no escuché a nadie decir “lo siento”. Puede que un padre se lo
dijera a su hijo de ocho años que lloraba desconsoladamente con la cabeza hundida
en su camiseta con el 9 de Torres, pero yo no lo escuché. Puede que leyera un “lo
siento” en los labios a Juanfran cuando se acercó al fondo suplicando perdón en
un gesto tan noble como innecesario, pero tampoco estoy seguro. Es posible que
los ojos de Simeone también ocultaran esas dos palabras mientras el técnico aplaudía
a una afición que sabe perfectamente que el Cholo es más de ponerse en pie que
de besar la lona.
Para quienes comparten la devoción por el Atlético y saben
todo lo que hay detrás escuchar ahora un “lo siento” es algo así como recibir
un mensaje inaudible procedente del espacio exterior. No se puede sentir nada
parecido a lo que sintieron los atléticos el sábado pasado sin ser uno de
ellos; es imposible. Un puñetazo en el estómago que duele tanto que no te deja
ni llorar. Una puñalada en el pecho que has aprendido a disfrutar como un
placer cruel porque entra siempre por un agujero que nunca va a cicatrizar. Sufrir,
sufrir y volver a sufrir.
Alrededor del Atlético de Madrid se ha ido creando desde
hace varias décadas un halo de misticismo fundamentado en la capacidad del club
y sus aficionados para sobreponerse una y otra vez a las adversidades. El
discurso de Simeone y de todo el club sigue esa línea que también funciona como
efectiva imagen de marca. “Nunca dejes de creer”, repiten los atléticos una y
otra vez como un mantra que traspasa la frontera del fútbol hacia la vida de
cada uno. Desde fuera puede parecer todo un tanto exagerado teniendo en cuenta
que estamos hablando de un juego, pero no hay que olvidar que las victorias y
las derrotas, aún siendo deportivas, son lecciones que vamos aprendiendo y nos
marcan profundamente en nuestro trayecto vital.
No descubro nada diciendo que los seguidores del Atleti se
sienten especiales y que cada golpe, por duro que sea, les aferra más y más al
escudo de su equipo. Seguro que los aficionados de otros clubes acostumbrados a
lidiar con la decepción saben de lo que hablo. No creo que la historia del
fútbol deba nada al Atlético como tampoco creo en la mala suerte. Lo acaecido en
San Siro es otro golpe más, tal vez el más duro, pero es posible que eso fuera
precisamente lo que necesitaban los colchoneros para sentirse aún más únicos y
cantar con más fuerza que nunca aquello de “volveremos, volveremos”. Lo que
necesitaba el Atleti para seguir siendo el Atleti y no otra cosa.
Los que acompañáis a los atléticos en el sentimiento en
estos momentos difíciles debéis saber que es imposible ponerse en su lugar sin
compartir su pasión, “lo siento”. Si de
verdad os produce una sensación horrible e inexplicable que un poste haya privado
al Atlético de ganar su primera Champions League, si sentís ese dolor, es que a lo mejor sois uno de ellos,
uno de nosotros. En ese caso, enhorabuena.