23 de febrero de 2011

El espía que amaba el baloncesto


Kalmanovich, junto a la estadounidense Sue Bird.
MARCOS PRIETO
Los días se hacen excesivamente cortos en Moscú a mediados de otoño. No eran aún las cinco de la tarde del 2 de noviembre y ya era noche cerrada cuando Shabtai von Kalmanovich regresaba a su domicilio en el centro de la capital rusa a bordo de uno de sus flamantes Mercedes en compañía de uno de sus socios. Al volante, su chófer de confianza, Fyotor Tomnov. Kalmanovich estaba contento por los resultados del equipo de baloncesto femenino que presidía, el poderoso Spartak de Moscú, e ilusionado por la posibilidad de conseguir el título de campeón de la Euroliga por cuarta temporada consecutiva. De repente, en un cruce, muy cerca de la sede del Gobierno ruso, un Lada Priora se situó a la par del vehículo del multimillonario lituano. En apenas un segundo, dos armas automática aparecieron por las ventanillas y abrieron fuego de forma indiscriminada contra el Mercedes. Con Kalmanovich agonizando en el asiento de atrás y su acompañante también herido, Tomnov tuvo el impulso de perseguir al coche de los asesinos, pero sus graves heridas le impidieron llevar a cabo ese último servicio para el que hasta ese momento había sido su jefe.

Hasta veinte impactos de balas de nueve milímetros contó la policía moscovita en el cuerpo del empresario de 59 años, que falleció prácticamente en el acto. La marca de un asesinato por encargo y obra de profesionales sobrevolaba por todo el escenario de un crimen que ha consternado especialmente a una sociedad rusa que se pregunta las motivaciones del mismo. Los ajustes de cuentas están a la orden del día en Moscú, pero no siempre dejan como resultado el cadáver de un empresario tan afamado y, mucho menos, a tan pocos metros de las oficinas del mismísimo primer ministro, Vladímir Putin.

Con una biografía que no desentonaría en una novela de John Le Carré, Shabtai von Kalmanovich, padre de cuatro hijos en tres matrimonios, se había convertido en los últimos años en uno de los hombres más influyentes del deporte europeo y un personaje muy conocido en Rusia. Con su talante abierto y su amor por el baloncesto femenino, el dirigente despertaba admiración y simpatía, pero también odios. No era un magnate caprichoso al uso, aunque le gustaba hacer las cosas a lo grande, como por ejemplo contratar a estrellas del espectáculo de la talla del fallecido Michael Jackson, Liza Minelli o el tenor español José Carreras.

Tal vez podría haberse dejado llevar por los cantos de sirena que llegaban desde el aparentemente más rentable mundo del fútbol, donde tanta fama ha cosechado Roman Abramovich al frente del Chelsea londinense, pero Kalmanovich estaba dispuesto a llegar donde no había llegado nadie en otro deporte, el baloncesto. Único dirigente capaz de ganar las máximas competiciones europeas con un equipo masculino y uno femenino, el millonario lituano comenzó su andadura en el mundo de la canasta en 1996 como copropietario del equipo de su Kaunas natal, el legendario Zalgiris, que conseguiría proclamarse campeón de la Euroliga en 1999. El presidente de Lituania concedió a Kalmanovich el título de duque a raíz de este éxito.

Después llegaría su primer título europeo femenino con el Ekaterimburgo (2003). Sus tres entorchados continentales consecutivos con Spartak de Moscú (2007, 2008, 2009) son una marca difícil de batir y, tal vez por eso, el empresario también había vinculado su nombre en los últimos años al de la selección rusa femenina como manager general. Las malas lenguas aseguran que él y su dinero fueron quienes convencieron a la base estadounidense Becky Hammon para que defendiera los colores de Rusia tras ser descartada por la selección de EE UU.

Las jugadoras del Spartak simplemente le idolatraban. Una de las estrellas del equipo y de la selección estadounidense, Diana Taurasi, reconocía la pasada temporada sin tapujos que Shabtai era “un tipo fenomenal que paga mucho dinero” y que él fue quién la convenció hace tres años para que se quedara jugando en la fría Rusia tras una primera temporada frustrante. Y es que Kalmanovich controlaba el equipo de cabo a rabo, como se pudo comprobar durante la última Final Four de la Euroliga disputada en Salamanca. Desde las relaciones públicas hasta las decisiones técnicas, todo era controlado por el magnate. Su sitio en los partidos siempre era en primera fila y muy cerca del banquillo. Sin objeciones. 

“Yo te mostraré una Rusia diferente”, le aseguró Kalmanovich en 2006 a una Taurasi que sigue sumando éxitos en Moscú junto a jugadoras como Lauren Jackson, Sylvia Fowles, Kelly Miller, Irina Osipova, Marina Karpunina, Sonja Petrovic. Por si fuera poco, el equipo se ha reforzado esta temporada con otros nombres de relumbrón como los de Anete Jekabsone e Illona Korstin. Un auténtico “all star” internacional construido a base de dólares, muchos dólares, y que ya sumó su primer título de la temporada el pasado mes de octubre al pasar por encima del Galtasaray turco (92-59) en la final de la Supercopa sin la presencia de sus estrellas de la WNBA.





Pero antes del baloncesto hubo otra vida para Kalmanovich. Una vida en la que los balones y las canastas fueron sustituidos por las identidades falsas, los engaños y también la cárcel.

Kalmanovich nació en Kaunas el 18 de diciembre de 1949 en el seno de una de las familias soviéticas más adineradas. En 1972 se graduó en el Instituto Politécnico de su ciudad natal, antes de emigrar con su familia a Israel, donde cursaría estudios universitarios. Una vez licenciado se dedicó al comercio y a la construcción, aunque no tardaría en ser reclutado por la KGB (servicio de inteligencia soviético).

Una de sus primeras tareas como agente fue verificar información acerca de NATIV, una institución judeo–sionista cuyo objetivo es la transmisión y creación cultura, que Moscú consideraba un frente para la actividad de espionaje que fomentaba los disturbios y la disidencia contra el régimen soviético.

De acuerdo con lo publicado por el escritor israelí Sam Vaknin en su libro “A Russian Roulette”, Kalmanovich desempeñó más tarde funciones de consejero en materia de inmigración de la “dama de hierro” israelí, la primera ministra Golda Meir. Posteriormente, fue contratado para trabajar por el ex diputado Samuel Flatto-Sharon y también tuvo acceso al ex ministro de Finanzas, Yigal Hurvitz, durante el mandato de éste como diputado. 

África sería su siguiente destino, concretamente en Botswana y Sierra Leona, donde su compañía LIAT poseía el único operador de transporte en autobús de Freetown.

El tráfico de diamantes permitió a Kalmanovich relacionarse con las élites corruptas de Sierra Leona, incluido el presidente Momoh. Además, entre 1986 y 1987 se le relacionó con el IPE, un grupo establecido en Londres, del que se decía formaban parte antiguos miembros del Mossad (servicio de inteligencia israelí) y otros baluartes del sistema de defensa israelí, incluidos algunos de los implicados en el escándalo “Irán-Contra”.

Ser un agente de la KGB siempre fue una opción muy lucrativa que permitía viajar por el mundo, aprender idiomas, manejar armas y hacer contactos que tras la caída de la URSS podían ser de mucha utilidad. Kalmanovich lo sabía y, posiblemente, a finales de los 80 ya tenía la mente puesta en su futuro como empresario y quién sabe si ya como gestor deportivo. Adiós a las armas.

Sin embargo, sus planes se truncaron en 1988, cuando fue acusado por el Gobierno israelí de espiar para la KGB durante 17 años, por lo que se le condenó a diez años de cárcel de los cuales solo cumplió siete debido a unos supuestos problemas de circulación en sus piernas. Durante su cautiverio, la mujer de Kalmanovich en aquel momento solicitó un divorcio que reveló la vida de lujo que el espía había tenido en prisión con visitas femeninas y comidas especiales incluidas. Sus vigilantes lo definirían años después como “una mente maestra”.

Cuando en 1993 lo pusieron en libertad, Kalmanóvich regresó a Rusia, donde se dedicó a los negocios, fundamentalmente al comercio. Llevó a cabo la reconstrucción del mercado Tishinski de Moscú, transformándolo en un centro comercial moderno, del que era director general desde 1994. Su relación con el baloncesto le proporcionaría además la notoriedad pública necesaria para tener acceso a nuevas y lucrativas vías de negocio.

Pocas horas después de su muerte, desde Israel algunos apuntaban que el Mossad podría estar detrás del asesinato de quien un día traicionó al pueblo judío. En Moscú y en Kaunas se llora simplemente la pérdida de un hombre que amaba el baloncesto y cuya ambición parecía no tener límites.


* Texto ganador del I Concurso Literario BasketMe

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